Cuando los padres han muerto de inanición o por enfermedad, los niños se quedaron en orfanatos para ser protegidos por personas mayores sin que sus vidas sean garantizadas con vida. Desde la estancia en el orfanato, los niños alimentan de sopa de verduras o de legumbres y juegan entre ellos. Cuando ya pasan varios días empiezan a buscar a sus padres. ¡Papá! ¡Mamá!. Los encargados de los orfanatos se rompen a llorar al no poder decir que sus padres ya no están aquí y que jamás volverán a este lugar. Cuando el hambre afecta a casi toda la población, las ayudas reducen drásticamente y no hay alimentos suficientes para todos los niños. Con el tiempo, los rostros de los niños se vuelven pálidos y sus cuerpos, debilitados.
Diversas organizaciones, entre ellos UNICEF, Save the Children o la FAO, han hecho un gran esfuerzo para enviar ayudas de forma urgente a Corea del Norte. Pero meses después, la situación sigue siendo crítica y se pregunta: ¿No han podido abastecer con la ayuda que enviamos a gran parte de la población infantil, empezando por los más necesitados? El régimen dice que (y en repetidas ocasiones) que la crisis alimentaria ha sido superada y que ya no hay ningún problema. Aquí se entra en un profundo debate de como se administran las ayudas en Corea del Norte y si se distribuye equitativamente en diversas zonas del país.
Muchos no logran superar la barrera de los cinco años y mueren al coger alguna enfermedad infecciosa. Muy pocos sobreviven del primer gran obstáculo de la vida. Una vez saltado, a ellos les toca cientos de obstáculos por saltar: enfrentar cada día una sociedad tan hermética como la norcoreana por ellos mismos, sin ayuda de nadie. Muchos acaban cogiendo pequeños trozos de fideos cocinados en los mercados mientras los clientes les miran con desprecio o robando frutas en grupo. No hay nadie quien les proteja o que las abrace. Muchos de ellos, que algún día podían haber soñado con un objetivo en sus vidas, han dejado de soñar. La hipocresía y la crueldad les arrebataron sus dignidades.
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