Después de acabar los estudios superiores, parece ser que el mundo de posibilidades está a tu entera posición. La ilusión de hacer algo que tanto te gusta se te rodea por la cabeza y gracias a tus conocimientos, lo llevas a la práctica. Y con el tiempo, adquieres experiencia, conoces gente interesante y viajas a sitios diferentes a los tuyos. Parece que todo va sobre ruedas y sientes que eres feliz. Pero todo esto parece no ser posible en Corea del Norte. Una vez acabado los estudios, tienes que entregar tu cuerpo y alma al régimen. Un espaldarazo supondría la pérdida de tu propia vida y de la de tu familia y el comienzo de una larga pesadilla.
Miles de científicos formados en la universidad de Kim Il-Sung, al entrar en el mundo laboral, se enfrentan a constantes dilemas. Cuando el régimen dio luz verde al programa nuclear, los científicos, aunque no lo quería, debían de obedecer aquellos órdenes y recoger datos imprescindibles para fabricar armas nucleares. Muchos habrán estudiado para inventar un nuevo producto para la mejora la sociedad norcoreana. Sus pequeños trozos llenos de buenas intenciones y de sueños beneficiosos han desaparecido por el malévolo plan del régimen norcoreano: fabricar armas en grandes cantidades y exponerlas a la comunidad intencional con arrogancia.
Después de servir durante décadas para el régimen sin poder llevar a la realidad tus ideas que parecían ser innovador y clemente, una parte de tu ciclo de vida ha terminado. Parecía que a ti no te iba a pasar pero con la grave crisis económica del país, no hay más remedio que vender tus pertenencias en el mercado cercano a precios módicos. Esperas noticias de reparto de alimentos pero recibes la misma respuesta: "Hoy, no hay reparto. Vuelva dentro de unos días".
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