Si quieres prestar un libro en la biblioteca de tu barrio, tienes la obligación de pagar una pequeña cantidad de dinero. Pero existen aquellas personas que prefieren no pagar y hojean para absorber de manera fugaz todo el conocimiento que transmite un libro repitiéndolo vocalmente en varias ocasiones. En todas las bibliotecas de Corea del Norte, ver un libro prestado tiene un coste de cinco wons y llevarlo a casa se estima más de cinco wons. Parece ser que el hábito de la lectura, aquel momento donde uno entra en un mundo menos monótono por un instante, tiene un elevado coste.
En cada biblioteca existen aquellos grupos de señoras que pasan el día leyendo novelas. Pero para no pagar el coste del préstamo, ofrecen a los bibliotecarios una pequeña cantidad de comida preparada hechas por ellas mismas. Los “trabajadores del libro”, en vez de exigir dinero, aceptan comida sin decir nada en absoluto para evitar problemas mayores. Algunos incluso agradecen de la comida y lo guardan para dárselo posteriormente a sus familiares.
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