Él, un hombre de unos 50 años, piensa que el régimen que dirige su país debe ser desplomado. Lo repite miles de veces a él mismo. "Al menos, se puede pensar lo que uno quiere pero nunca se puede expresarla. Supondría la desaparición de mi propia existencia". A él le gustaría circular por otras zonas de Corea del Norte y conocer la opinión sincera de las personas insatisfechas con la gestión del régimen. Y salir al extranjero a saber que dicen las personas de otros países sobre ellos. "Tengo inmensas ganas de gritar y decir lo que yo pienso. Mi cerebro lo ordena constantemente...esto es una tortura...".
Él se encarga de cuidar a la familia. Su esposa sigue enferma, desde hace meses, de la neumonía. Y su pequeño hijo es afásico desde su nacimiento. Aunque fue difícil tener una comunicación con su descendiente, con el tiempo, a través de los gestos ha podido entender todos sus sentimientos. Su entorno está totalmente desierto. Algunos de sus vecinos se habían marchado a China y los demás, a otras ciudades más grandes en busca de una mejoría laboral. A él no le queda nada más que refugiar en sus cigarrillos y dar asistencia diaria a su cónyuge esperando aquel día que vomitará todas las palabras que lo lleva encogido en su interior.
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