La locura desatada para mantenerse vivo se adentra cuando hace desaparecer a un miembro de la propia familia y vender sus restos del organismo en el mercado local. Este es un relato de un desertor coreano que llegó a Corea del Sur en 2008 cuya vecina suya, que cuando se acabó el arroz proveniente del reparto que proporcionaba el régimen, cogió un hacha y descuartizó a su hijo para venderlo en el mercado como "carne de cerdo". El desertor compró aquella carne, hasta que días después, se enteró de lo sucedido. Su ofuscación fue instantánea y duradera. Sin saberlo, había ingerido la carne humana.
También hubo un caso en Corea del Norte donde una madre apuñaló a su hija, enferma de fiebre, hasta matarla e ingerir para satisfacer su apetito. Un delator hizo que fuera detenida y sea ejecutada cerca de su lugar de residencia. Los que estudian la temática norcoreana no pueden asimilar el límite que ha supuesto la supervivencia en aquel territorio. Como la manifestación no es posible y es traducido como un acto de rebelión contra el régimen y supone como una gran ofensa al líder norcoreano, los habitantes han elegido una opción macabra, intolerable pero, en cierto modo, comprensible a su situación.
No se trata de mínimos casos. Son decenas en diversas partes del país. La alerta de las organizaciones es inmediata. Campañas como "Vamos a mandar alimentos a Corea del Norte" se multiplican pero los desertores se oponen a esta disyuntiva: "Si enviáis toneladas de arroces y ganados, la población más necesitada jamás lo verá...irá a los estómagos de los más avariciosos. Mejor envíen piensos para el ganado. Es la única cosa que el régimen quiere repartir entre la gente".
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