Cuando se le cayó la máquina de coser y vio como se hacía trocitos; los plásticos arrugados por el golpe repentino con el suelo, cables ahusados divididos hasta que se podía ver su estructura interior cobriza, pequeños chispazos que daba señales de poca vida del aparato. "¡Oh, esto no puede ser! ¿Qué hago? Necesito arreglar esto inmediatamente...." Las prisas aleteaban todo su interior pero los sudores desenvueltos dificultaban su plan. Hasta que el guarda haga su control habitual, a ella le quedaba muy pocos minutos. Se entremezclaban pensamientos perjudiciales y atareados. Su cerebro la decía: "Acuérdate del compañero de celda que por su error, estuvo meses sin ver la luz", "No te preocupes, calma, lo recoges uno a uno y aquí no ha pasado nada"...
Cuando se levantó, chocó con la mirada siniestra del vigilante. Asombro, enfado, perversidad. Inmediatamente avisó a sus compañeros y la humillación era instantánea: "Esta señora ha tenido el valor de deshacer por su manera un regalo tan digno como una máquina de cosa que nos ha otorgado nuestro líder Kim Jong-il. Esta mujer merece el castigo correspondiente". "Espere, por favor, yo se lo puedo explicar. Se me ha caído por accidente..." "¡Cállate!". La abofeteó hasta que perdió parcialmente el conocimiento y directamente cogió un machete para amputar su dedo. "Por favor, no me amputes mi dedo. Se lo pido por favor". No la escuchó y el cercenamiento era inevitable.
Ya realizada la amputación, el alarido de la mujer se escuchaba por todo el campo. Su mano derecha estaba empapada de sangre y estaba indispuesta a ponerse en pie. Las lágrimas secas manchaban su rostro extenuado y bajo la atención del médico yacía en la camilla. Apenas respiraba pero su dedo con tiempo iba cicatrizándose. He ahí decenas de humanos que por errores cotidianos perdían partes importantes de sus cuerpos. El sol de hoy es reluciente y se preguntan: ¿Acaso existe un mundo mucho mejor que este campo? ¿Quedaré aquí toda mi vida? Y plañen. Pero en silencio.
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