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17 feb 2013

Historias (Parte 9: He visto lo extremo)


 "No se lo van a creer. He visto cosas que usted diría que es mentira. Durante mis cuarenta años de vida, he visto que los padres tenían que vender a sus propios hijos para poder comer o esposos poniendo precio a sus cónyuges ante las mafias en la fronteras. Sus acciones han sido descubiertas y fueron fusilados en secreto por los militares jóvenes. Duele que mis pupilas pudieran ver solo actos desagradables. No hay seguridad en las calles. Todos miran mal a todos. Sospechamos de todos. Una vez, vi como humillaban a un hombre que mató a su hijo para comérselo después...terrible..."

 Su voz empieza a temblar cuando comienza a recordar unas imágenes en su cabeza. Un día, abrió la puerta de uno de sus amigos. Nadie estaba dentro de ella. Pasaron días y meses pero no hubo noticia alguna de ellos. "Posiblemente habrán escapado a China o a Rusia o habrán sido desaparecidos sin dejar rastro". También abrió la siguiente puerta de un vecino suyo aquel día. Vio como los cuerpos de la familia del residente ya no respiraban desde hace días. Habían tragado veneno y habían fallecido horas después. "Y lamentablemente, estas cosas sucederán todos los días en Corea del Norte. A uno se le queda esas estampas pasadas para toda la vida..."
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25 nov 2011

Imágenes resplandecientes, habitantes funestos


 En todas las ciudades de Corea del Norte dominan carteles con imágenes muy coloridas y las sonrisas perfectas de los rostros animados con cuerpos enérgicos son más que visibles. Un extranjero que visita a Pyongyang se queda impresionado por las caricaturas con fines propagandísticos del socialismo, ubicados en las plazas o en las calles principales de la ciudad. Los profesores enseñan a sus alumnos durante las caminatas de forma exhaustiva la importancia de la ideología de la "autosuficiencia" obligando a los niños/as a observar los carteles, ocupados en grandes dimensiones. 


 Parece ser que no todo se convence entre los habitantes norcoreanos de aquellos carteles que supuestamente traerán la prosperidad y seguridad de los ataques "imperialistas". Los rostros de la mayoría son casi cadavéricos, sacrificándose con horas interminables en el trabajo, pero tienen aquella obligación de mirar esos carteles para agradecer lo que ha hecho el líder con la sociedad norcoreana. Aunque no lo quieran y que sus agotados cuerpos digan que no. Cuando una persona pide una ayuda cualquiera para salvar su vida y la de los demás, el régimen le gira la espalda y miran hacia otro lado. El régimen, en vez de intentar socorrer y asistir a la gente que realmente lo necesitan, ha vivido únicamente durante estas décadas para encantar sus caprichos más personales que todas sus acciones descaminadas harán despertar futuras iras de la mayoría.


 Nota: Casi en todas las ciudades, especialmente en la capital, es muy frecuente ver imágenes que incitan la guerra contra los Estados Unidos, su enemigo número uno. Carteles casi idénticas como éstas se expanden ampliamente por el territorio norcoreano. 

27 jun 2011

Los desplazados (Parte 14: El soborno)


 En la imagen se ve a una mujer norcoreana y su pequeña hija tratando de escapar de los controles de los soldados que intentan impedir su derecho de salir del país. La niña empieza a llorar y su madre sigue forcejeando con los soldados. Hombres, mujeres, niños, niñas y gente de avanzada edad que cada día que escapan en grupos intentan borrar su identidad original y fingir una persona que ellos han inventado por obligación y por las circunstancias. Aún así, son descubiertos y deportados a Corea del Norte a la espera de ser juzgado y condenado a muerte o al sufrimiento "eterno". Ellos gritan: "No soy norcoreano, no soy norcoreano". 

 La mejor alternativa para eludir la deportación es el soborno. Pero este acto no es permisible para todos los desplazados norcoreanos ya que uno tiene que disponer en su bolsillo la estratosférica cantidad de 30.000 wons, aproximadamente un año de sueldo de un trabajador normal norcoreano. Aunque en realidad, más de la mitad de los trabajadores no suelen llegar a ganar esa cantidad. Había un caso que un desplazado, que se escapó del país pero que fue descubierto, gracias a sus familiares, pudo pagar su precio de la "libertad" por esa cantidad. Pero esto ha sido uno de aquellos casos excepcionales e hipotéticos. La realidad es que cientos de personas, sin distinción de edad y sexo, se colisionan con la muerte habitualmente.