Toneladas de arroz fueron transportados a Corea del Norte en diversas ocasiones con el fin de asistir ayuda urgente para paliar la hambruna consistente en el país. Especialmente la ayuda internacional fue enorme cuando la primera gran crisis alimentaria llegó durante los mediados de los años noventa. Ya en el presente siglo, además de arroz también se enviaron maíces e incluso carne vacuna para tratar de deshacer de la malnutrición infantil. La mejora de la situación no prosperó y años después de la última donación, casi el 40% de la población norcoreana tienen síntomas de desnutrición. Mujeres y niños han sido las víctimas más vulnerables.
Los testimonios de los desertores dejan claro la pésima gestión de distribución de alimentos donados. En ningún momento, no llegó en sus manos ni siquiera un kilogramo de arroz. Al régimen norcoreano le avergonzaba repartir a los habitantes sacos de arroz proveniente de Corea del Sur y Estados Unidos. Sus mayores enemigos. Mostrar a la población dichas palabras supondría un escándalo y una humillación. Hubieran preguntado entre ellos: Pero porque nos reparten arroces surcoreanos. ¿Acaso ellos no son los pobres y nosotros la nación más poderosa del mundo?
Años más tarde, gracias a las investigaciones de los estudiosos, se pudo saber que casi la totalidad de esas donaciones por parte de la comunidad internacional fueron destinadas a alimentar a los soldados con el fin de potenciar la estructura militar del país. El régimen norcoreano no dice una palabra alguna sobre esto. Saben que es verdad. Aquellos camiones y barcos llenos de altruismo que simbolizó de alguna manera el acercamiento de ambas Coreas y que acaparó la mirada de los medios de comunicación, tiempo después, supuso una gran decepción para las organizaciones internacionales. La élite política norcoreana acababa de incumplir, por enésima vez, su promesa de garantizar la estabilidad en el país.
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