Primer trago. Segundo trago. Tercer trago...hasta el décimo. La señora lloraba mudamente y decía: "Ustedes no saben la cantidad de veces que he pensado en morirme y acabar con este sufrimiento. Pero luego digo, ¿y las chiquillas? Quería ver a la primogénita lucirse un buen vestido para el día de su boda. Ya tiene edad pero nadie querrá tener a mis hijas como esposas porque somos demasiados pobres". Las preocupaciones no paraban de desvanecer a la mujer cuya hija pequeña estaba muy débil y al no poder aguantar la estrés se refugiaba en aquella fruición aparentemente agraciada llamado alcohol.
El bar se ha convertido en su particular confesionario nocturno. No era un sitio que frecuentaba durante su tiempo libre pero era el único lugar donde se desahogaba y contaba a sí misma de lo infeliz que era. Era la primera vez que saboreaba el alcohol y al principio pensaba: "¿Con esto la gente pasa al mundo feliz?". Barajaba en escapar a China pero oyó que muchos morían en sus intentos y no quería poner en riesgo a sus hijas. Dice que se ha convertido en una de muchas personas atrapadas en un destino estático. Pensaba en mejorar su futuro pero ahora sólo le tocará pasar ese relevo a sus hijas. "Espero que ellas tengan mejores opciones en la vida que yo. No quiero que sean unas desgraciadas".
Mira cansada pero fijamente a su pequeño vaso de diminuto tiempo de gloria. Trata de olvidar sus decepciones diarias con tragos y lágrimas discretas. "Perdone señora, pero tenemos que cerrar. Vuelva mañana, por favor". Toca caminar hasta su casa que está situada en la otra punta de la ciudad. "¿Mañana? Otro día normal. A mirar a mis hijitas, salir al mercado y empezar a gritar para ganar unas monedas". "Usted no debería beber tanto. Piense en sus hijas". "Esperemos que no. Es una cosa que estoy empezando y espero no tener un final nefasto por culpa del alcohol".
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