Si ustedes son padres de un hijo que acaba de terminar la educación primaria, dirían que en el próximo año irá a la educación secundaria como un paso fundamental para una educación superior en el futuro que su hijo querrá estudiar. Aquel proceso se ha normalizado en casi la mayor parte del mundo pero parece que en Corea del Norte dicha evolución educativa no ocurre de la misma forma. Cuando uno de los principios del comunismo se basa en la igualdad, en este caso, el acceso a la educación se esconde la triste realidad de que los hijos de los amigos del régimen o los más pudientes descendientes de los comerciantes pueden acceder al siguiente escalafón de la educación.
En ciudades o en pueblos donde al régimen norcoreano no les interesa en absoluto existen jóvenes que han sabido a leer y a escribir que quieren seguir teniendo libros entre sus hombros pero que tienen que abandonar ese sueño para dar de comer a la familia. Aquellos desesperados acompañan a sus madres a los mercados para vender fideos recién hechos. Cuando tienen algo de tiempo libre, se reúnen con otros jóvenes que han tenido la misma circunstancia y empiezan a meterse en el mundo de la delincuencia menor haciendo provocar peleas callejeras con otros grupos compuestos por niños o adultos.
La desesperación se ha convertido en su único acompañante tras su abandono de educarse. Sus vidas empiezan a ser frágiles pero la atención hacia ellos son nulas en la sociedad norcoreana cuando la supervivencia individualizada es primordial tras la hambruna. Empiezan a decir que la vida hay que ganársela con los puños y las amenazas. Molestan a los más débiles y se convierten en agresivos. Entonces, la discriminación es aún mayor con ellos. Pasan los años y nadie todavía le han dado un signo alguno de confianza. La angustia les presiona más fuerte y al no aguantar eso, ellos esperan la desaparición suya.
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