Cuando uno visita a las ciudades más grandes de Corea del Sur, es posible ver carteles en lugares públicos diciendo que llame al 113 si cree que ha visto a espías norcoreanos. Algunos acertarán pero otros no. Cuando uno de los políticos que ocupó un alto cargo en Corea del Sur, (fue rector de la mayor universidad del país y el brazo derecho de Kim Il-Sung) que desertó al estar excluido en la lucha feroz del poder, dijo que posiblemente en Corea del Sur puede haber unos 50.000 espías disfrazados ciudadanos anónimos, el asombro, o quizá el pánico, es instantáneo.
El servicio de inteligencia surcoreano y los refugiados conocen más que otros sectores de la población como son los espías y de que forma actúan. Por ejemplo, según algunos testimonios de los desertores que residen en el país, estos agentes enviados desde Pyongyang no conocen como es la vida cotidiana norcoreana. Ellos, desde que nacen, son apartados en lugares desconocidos y se entrenan físicamente para poder manejar armas. Además, consiguen hablar con el típico acento de Seúl para que su identidad secreta no sea detectada. E inmediatamente cruzan la frontera de forma clandestina para seguir la orden.
Algunos siguen residiendo en ciudades surcoreanas ya durante décadas esperando la orden de Pyongyang. Quizá haya algunos que se han arrepentido y abandonado su estatus. Por cansancio o por cambio de ideas. Mientras tanto, la inteligencia surcoreana sigue con el trabajo de atrapar y encarcelar a estos individuos. Utilizando la tecnología. Las preguntas que me gustaría hacer son ¿qué pasará cuando Corea deje de ser las dos partes? ¿Cómo sería la nueva vida de ellos?
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