Era por la madrugada de 25 de junio de 1950. Parecía una noche tranquila pero de repente las bombas y las balas despertaban a los habitantes de Seúl. Las madres, ya sabidas de la tensión, empezaron a coger a sus hijos en sus hombros y empezaron a recorrer hacia un destino incierto. "Vamos al sur del país. Ahí estaremos más seguros". Entre los más pequeños que acababan de cumplir el primer año de vida estaba un niño llamado Kwang, mi padre. La capital surcoreana había convertido en una ciudad fantasma. Todos los edificios estaban destrozados y perforados de balas disparadas por las tropas norcoreanas. Los ancianos dicen: "Pero si hasta pocos meses antes, éramos hermanos. De la misma sangre. ¿Cómo hemos llegado a esto?".
Y pasaron 63 años desde la tirada de la primera bomba en Seúl. En las zonas más transitadas de la ciudad, las pantallas gigantes homenajean aquellos hechos tan tristes en la historia de la península coreana. La gente pensaba que la reunificación era un suceso que ya debería haber ocurrido pero Corea aún sigue dividida. Parece que no hay indicios que acercar posturas por ambas partes. La aflicción se refleja en las arrugas de las ancianas que escriben cartas diariamente para poder dar en un futuro próximo. Un grupo de hombres, ya mayores, se acercan a la zona desmilitarizada. "¿Podré ver a mi hermano o a mi amigo de la infancia?" "¿Que estará haciendo ahora?". Y permanecen ahí. Tratando de ver, al menos, la sombra de una persona que tanto cariño tuvo que dar antes de la guerra. Quieren que sus largas esperas tengan un desenlace algo boyante.
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