En la entrada del recinto había un cartel gigante dando la bienvenida a los recién llegados ansiosos de ver décadas después a sus consanguíneos. El tiempo establecido para conversar y estar juntos era aproximadamente de 11 horas. La primera fase de esta reunión estaba reservada esencialmente para los solicitantes de Corea del Sur. Una hija que había sido separada de sus padres cuando apenas tenía doce meses de vida y que 63 años después, con algunas arrugas visibles en su rostro, abrazaba por primera vez a su padre que no paraba de decir "Lo siento mucho". Y aquel hombre que no podía contener las lágrimas cuando su hermana se abalanzó hacia él y sin poder soltarle durante algunos minutos.
Las celebraciones fugaces con la copa de vino tinto en la mano significaban que se acercaba la hora de la despedida. Empezaron a sacar los pañuelos y los sollozos empezaban a sonar consiguientemente por todo el recinto. Se intercambiaban las últimas palabras generosas de cariño y las caminatas que acompañaban hacia los autobuses personificaban una separación dolorosa. Desde las ventanillas de esos vehículos, no paraban de saludar a sus queridos. Y se fueron. Algunos ancianos intentaron trotar para alcanzarles y otros se cayeron al suelo debido al agotamiento mental.
"Ahora puedo morir tranquilo. He podido ver lo que más quería". Eran las afirmaciones que más sonaban. Y desde mañana, empieza la segunda y última fase. La prioridad, esta vez, tiene los solicitantes (88) por parte de Corea del Norte que esperan reencontrarse con sus familiares (más de 300). En tan sólo dos días se verán las caras y empezarán las caricias, los abrazos y los besos en las mejillas achuchadas. Aunque la cooperación entre ambos países está siendo muy positiva, una vez terminado dicho evento, empezarán otra vez la antipatía por múltiples diferencias. Y los que fueron rechazados, a pesar de haber formulado varias veces la solicitud, siguen esperando una respuesta.
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