Ella lo afirma muy orgulloso. Son las mujeres quienes intentan levantar a un país tan devastado y decaído como Corea del Norte. "Nuestras manos son las que intentan salvar a familias que no pueden levantarse por sí solas. Comprendemos mejor y ayudamos a las personas necesitadas aunque carecemos de cosas esenciales en nuestras vidas". Cuando las mujeres se reúnen para establecer diálogo, no soportan la perezosa disposición de los hombres. Dicen que ellos se quejan de todo y que consuelan sus desalientos con el alcohol y el tabaco. El descontento de los hombres es de tal magnitud que los visitantes bromean en los hogares donde predominan los muchachos diciendo: "¿Está el quejido en la casa?"
Las labores de las mujeres, según ella, no son valoradas no deberían ser. No entiende porque un régimen que anteriormente gritó por la igualdad de todas las personas en Corea del Norte trata de ignorar el excepcional trabajo de ellas. "Meses después de la muerte de mi vecina por neumonía, su esposo se sentía inútil porque no sabía nada de las labores domésticas. Solo quejaba de lo mal que iba el mundo. Horas así. Él no trabajaba hacia tiempo (le habían despedido) y no tuvimos más remedio que abrirle los ojos diciendo que sus hijos dependían de él y si no reaccionaba al tiempo, ellos morirían por falta del cariño".