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Solamente las pupilas de los turistas surcoreanos que visitan al noreste de China son capaces de pasar más allá de la frontera entre los dos países. Los edificios grises que caracteriza Corea del Norte no suelen dar la bienvenida a forasteros que no tengan nacionalidad china así que solo les queda parar, observar algún tiempo el paisaje que transmite una extraña nostalgia y seguir con la visita del siguiente destino. La vigilancia en aquella zona es férrea. Los militares chinos se imponen con sus armas de fuego preparados a actuar si ocurre algún imprevisto.
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Los retratos del primer líder norcoreano Kim-Il Sung y carteles que veneran su hazaña en una línea de color rojo, como es lógico, son omnipresentes. Aunque él nunca quería saber que su herencia ideológica había causado un daño irreparable a millones de personas residentes de Corea del Norte con el fantasma de la pobreza y violaciones sistemáticas de derechos humanos a aquellas personas que intentaba expresar opiniones diversas a las suyas con el fin de encontrar la dignidad.
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He aquí el conocido río Tumen que separa ambos países "hermanados". Es el escenario donde miles de personas que arriesgan sus vidas para cruzar para dar un mejor futuro a sus seres queridos. Cuando el sol está despejado los movimientos son tímidos pero al caer la noche, el sonido de las pisadas de los desertores se confunde con el ruido del agua dirigiéndose hacia el mar. Esa turbación, quizá, haya despistado a los militares del régimen y lograr que los que escapan puedan pisar la tierra del país rojo.
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Es el paseo principal donde se separa los dos países. La línea roja separa la ilusión de miles de aquellos jóvenes ya ancianos que querrán cruzar para dar un último abrazo a sus familiares que fueron separados hace ya sesenta años. El que tomó la imagen intenta asomar su sombra más allá de esa línea. El toque de atención no tarda en llegar: "Tenga cuidado, señor. Que su sombra acaba de sobrepasar a un sitio que no debe".