En los pequeños pueblos de todo Corea del Norte, en el año 2005, los alumnos desaparecieron uno a uno estando en una clase, con una capacidad de treinta personas, ocho alumnos uniformados y sentados en una posición muy correcta. En otras clases incluso el número desciende más aún, cifrando en uno o dos alumnos. En las clases del primer curso de la educación secundaria se oían los característicos gritos de los adolescentes pero aquellos gritos poco a poco se disminuyeron cuando llegaron a las clases de bachillerato. Son muchos los padres que no ven necesario que sus hijos/as sigan estudiando en los institutos e instan que trabajen para traer una pequeña cantidad de ingreso a la familia. Muchos son familias pobres quienes abogan por esta decisión obligatoria y a la vez, lamentable. Muchos de estos jóvenes ayudan a sus padres a cultivar legumbres en el campo o roban carbón en las minerías más cercanas.
Los alumnos procedentes de grandes ciudades tienen suficiente apoyo económico por parte de sus familias para ir a los institutos (los datos estadísticos indican que casi el 90% de jóvenes de estas edades van a las clases, sean matinales o nocturnas). Pero cabe recordar que muchos son familias pudientes, hijos de militares de altos cargos o simplemente colaboradores estrechos con el régimen. Pero ¿que estarán haciendo aquellos chicos/as que siempre quisieron ir al colegio pero que no pueden? Cada día rebuscan el basurero para ver si hay algún trasto de cierta utilidad para venderlo en el mercado cercano o simplemente vagabundeando por la ciudad sin saber qué hacer en el futuro o simplemente son desaparecidos sin dejar rastro. Sólo Dios sabe dónde están aquellos jóvenes.
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