30 sept 2019

La travesía de los engañados

Imagen de Reuters y VOA

 Fue desde finales de los años 50. Un poco después de la firma de armisticio por la Guerra de Corea. Ambos países tenían que reorganizar sus territorios bajo la nueva orden dividido en el capitalismo y el comunismo. La estructura social orquestado por ambas ideologías parecía consolidar en Corea del Norte y Corea del Sur. Sin embargo, una llamada de petición para que les atiendan empezó a sonar desde Japón. Los miembros de la organización Cho chong-ryeon, organización muy cercana a la ideología de carácter socialista establecida en la isla nipona, sean hombres o mujeres, adultos o niños, con sus trajes tradicionales coreanos de dos tonos (blanco y negro) y al estilo minimalista, pedían a Kim Il-Sung que ellos anhelaban quedar en Corea del Norte. Y sus deseos fueron concedidos por el régimen realizando un gran despliegue mediante un inmenso barco llamado Man kyung-bong que durante 25 años (desde 1959 hasta 1984) hizo la cantidad de 186 travesías para casi 100.000 esperanzados por estar cerca del líder Sol. 

 Para el régimen norcoreano, era la mejor noticia que podía tener. Necesitaba de carácter urgente manos de obra y especialmente, medios económicos a corto plazo y los bienes de los deseosos por pisar aquel territorio hermético era lo más cercano para lograr sus objetivos ideológicos. La travesía comenzó desde la ciudad de Niigata hasta la ciudad de Chongjin. Corea del Norte utilizó la propaganda alegando que esto era el "regreso voluntario" por parte de estos hombres coreanos que residían en Japón. Ellos, los que estaban en la isla, sus antepasados eran de origen de zonas como la isla de Jeju o Busan. Pero ellos querían marchar a Corea del Norte porque pensaron que el régimen era el mejor preparado para lidiar una reunificación de ambas Coreas. Muchos de ellos pensaron que la división era algo pasajero y que la estancia en Corea del Norte era temporal. Además, como dato importante, después de la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial, la discriminación de los ciudadanos nipones y la alta tasa de desempleo afectaban principalmente a ellos. El régimen norcoreano conocía dicha situación y utilizó la estrategia de repetir un vocablo tan mágico como "paraíso" para atraer a estos hombres. 

 Cuando llegaron al puerto de la tercera ciudad más grande Corea del Norte, Chongjin, muchos, de forma inmediata, se dieron cuenta del engaño. Y preguntaran que si no habían dado de la mentira durante más de dos décadas y media de travesía. Pocos años después de la primera llegada de estos esperanzados, al descubrir la verdad, empezaron a mandar mensajes subliminales como "La lechuga se ha vuelto amarilla. No está dando sus mejores frutos". Eran palabras que indicaban el fraude del régimen y que no subieran a ese barco. El descenso de la gente que querían ir a Corea del Norte desde Japón era palpable. Mientras que los que se quedaron tuvieron que vivir una vida ardua. Luchando cada día con lo justo para alimentarse. Entre esas casi 100.000 personas, una de ellas es aquella mujer arrepentida que se accedió a ser entrevistada y cuyo testimonio está en mi primer libro "La marcha infinita". Su apellido es Kim y exclamaba porque había pertenecido a esa organización y que si no fuera por ello, su vida podía haber sido muy diferente. Decía, con una tímida sonrisa, con menos arrugas en su rostro como su hermana ya que ella se había quedado en Japón. 

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