Lee Yong Guk
Lee Yong Guk se convirtió en el hombre que más cerca estuvo de Kim Jong-Il. Este es su relato.
Esta
es la historia de una persona que intenta llevar una vida aparentemente
tranquila pero su pasado le hace despertar frecuentemente de sus temores.
El
que fue el vigilante de Kim Jong-Il tiene la costumbre de ponerse la gorra
cuando sale de casa. Adquirió ese hábito desde que fue secuestrado por unos
encapuchados en 2004, que resultaron ser miembros de la policía surcoreana. Un
sector del gobierno de la decimosexta legislatura no estuvo de acuerdo con sus
actividades ya que consistían en criticar al régimen norcoreano en Europa,
Estados Unidos y Japón. Él contaba la realidad de la élite política en Corea
del Norte por haber sido el hombre que más cerca estuvo del recién desaparecido
líder.
Lee
nació en Musan, una de las decenas de ciudades fronterizas con el territorio
rojo. Pronto ingresó como miembro joven en el Partido de Trabajadores de su
ciudad y gracias a un compañero del círculo, que trabajaba como secretario
general del partido en su área, tuvo su primer contacto con Kim Jong-Il. Fue a
partir de 1978 cuando solamente tenía 16 años.
Por
ser uno de los miembros destacados del partido a escasa edad y estar al lado
del hijo de Kim Il-Sung, ya que aún no tenía influencia plena dentro de la
élite, gozaba de algunos privilegios restringidos para la inmensa mayoría de la
población norcoreana como viajar dentro del territorio norcoreano de manera
continuada y observar el aspecto privado de Kim Jong-Il.
Según
Lee, Kim Jong-Il era dipsómano habitual. Su mayor afición era disfrutar de
bebidas alcohólicas de gran calidad especialmente, en sus ratos libres. Él no
tenía una agenda establecida. Se despertaba a cualquier hora del día y los más
cercanos reaccionaban según sus movimientos. También era conocido por sus
cambios drásticos de humor. En caso de tener buen humor, era un día aparentemente
tranquilo mientras que, si no lo era, todos esperaban a ver quién podía estar
en los Kwalliso, los campos de concentración para prisioneros políticos.
“Creo
haber visto unas veinte villas enormes y lujosas que estaban repartidas por
todo Corea del Norte. No sé el número exacto. Cada vez que íbamos a una ciudad donde
tenía su casa llamábamos a los habitantes de esa zona para que se formaran una
fila. Decenas de metros de personas inclinadas a noventa grados. Incluso
ancianos que tenían setenta años. Hubo también algunos que se escapaban lejos
de las villas y se escondían en un monte cercano para evitar el saludo. Kim
observaba a la gente pero actuaba de una manera incorrecta gritando: “¡Eh,
tú!”. Entonces, todos se inclinaban más hacia abajo temblando...él les señalaba
con el dedo...”.
El
acceso a esas villas estaba permitido solamente a los familiares más cercanos de
Kim. Ni siquiera el recién desaparecido Jang Song-Taek podía entrar. Según Lee,
entraban Kim Il-Sung, su padre; Kim Jong-Il; Kim Kyung-Hee, su hermana; Kim
Jong Nam; su hermano mayor; y Kim Jong-Suk, su madre. Lee había visto a Kim
Il-Sung siete veces pero raramente se encontraba con los demás miembros excepto
Kim Jong-Il que veía casi todos los días.
Cuando
Kim Jong-Il estaba solo en sus villas, a menudo se veía a mujeres jóvenes
saliendo de allí. Lee las observaba desde fuera, una actividad que ni siquiera
Kim Il-Sung conocía. Hasta que estalló el escándalo de los hijos secretos. Pero
nadie en Corea del Norte conocía este escándalo, ni siquiera una gran parte de
los miembros del Partido de los Trabajadores. Lee veía cada seis meses pasar a
mujeres nuevas de unos 20 años que fueron llamadas a estar al lado de Kim.
En
1989 dejó de trabajar como vigilante de Kim Jong-Il siendo relegado por otro miembro
de su partido. Regresó a Musan para estar laborando como un militar destacado
en la zona. A partir de entonces, es cuando empieza a tener curiosidad más allá
de la frontera, sobre todo, por las luces de colores que brillaban cruzando el
río Tumen. Pero no dio el paso hasta que no transcurrieron cinco años. Fue en
el día nacional de China, el 1 de octubre de 1994, cuando cruzó la frontera por
la noche con el objetivo de volver la madrugada del día siguiente. Estuvo
observando las luces y la ciudad durante varias horas y encontró notables
diferencias.
Cuando
se preparaba para cruzar el río, se dio cuenta que la zona fronteriza estaba demasiado
controlada. Al temer que podía ser acusado por salir ilegalmente del país, se
estableció en el noroeste de China sobreviviendo a base de enseñar artes marciales
y tiro. Tras varias semanas, se dirigió hasta Beijing donde conoció a un miembro
de inteligencia surcoreana que prometió llevarle hasta Corea del Sur y fue obligado
a rellenar en un documento toda su opinión sobre el régimen y la familia Kim.
“Al
creer en aquel hombre, fui sincero. En ese documento escribí todo lo que yo
había experimentado como vigilante de Kim Jong-Il detallando todo sobre la
realidad de la élite política de Corea del Norte...fui muy crítico. Dije
básicamente que eran unos dictadores. Aquel hijo de puta vio el papel y se fue
a la embajada norcoreana en Beijing. Sí, como lo oyes. Le pagaron 250.000 dólares
americanos y me vendió. Fui capturado por las autoridades chinas. Me
anestesiaron, amarraron con vendas y me llevaron en avión hasta el aeropuerto
de Sun-an...el de Pyongyang. Me acuerdo perfectamente de la fecha, fue el día 4
de diciembre de 1994...”
Después
de su llegada a Pyongyang, el 8 de diciembre de 1994, estuvo encarcelado
durante seis meses en una prisión administrado por el Departamento de Seguridad
del Estado. Le raparon la cabeza y fue sometido a torturas físicas y emocionales
a diario.
Un
jurado militar le condenó a diez años de trabajos forzados en el campo de concentración
de Yodok por, según el artículo 46 y 47 de la Ley de Seguridad de la República
Democrática Popular de Corea, traicionar a la patria. Lee no entró en Yodok hasta
el día 25 de abril de 1995.
Su
familia política no fue condenada porque creían que ellos seguían siendo fieles
al Juche y al líder, y porque seguían trabajando en cargos importantes. Su
suegra era una de las cocineras de Kim Il-Sung y su suegro el secretario
general del partido en la provincia de Yanggang.
Cuando
los funcionarios de Yodok abrieron la puerta principal hecha de madera, Lee
pudo ver a adultos y jóvenes de cuerpos flacos que anteriormente eran miembros
del Partido de los Trabajadores que fueron capturados en China y deportados a
Corea del Norte. Todos cumplían la misma condena por haber criticado al
régimen. Según Lee, los muros medían exactamente 220 centímetros de altura con
alambres metálicos punzantes y electrizados en la parte superior. La puerta de
entrada al campo de concentración se abría diariamente en dos ocasiones, cuando
salían y entraban para cumplir con su trabajo de campo regular.
Durante
los meses cálidos, primavera y verano, la jornada empezaba a las siete y media
de la mañana, mientras que, en los meses fríos, su trabajo comenzaba a las ocho.
“Aunque se decía que el horario de trabajo finalizaba a las seis, la jornada
acababa mucho más tarde. Era normal trabajar hasta 14 horas diarias”, dice Lee.
El reparto de comida era solamente para los más enteros. Un poco de puré de
maíz mezclado con cáscaras y hojas de rábano seco. Tres veces al día.
Cada
preso tenía que cumplir un objetivo en la huerta, mil metros cuadrado cada día.
El que no finalizaba la tarea se le castigaba quitándole la mitad del puré. La otra
mitad se repartía entre aquellos que sí consiguieron cumplir con su trabajo.
El
hambre hacía que surgiera el instinto de supervivencia del ser humano ya que,
durante la hora de la comida, era frecuente que se robaran alimentos. La gente
joven, que podía correr más, eran los que cogían el plato del otro y salían
fuera para metérselo en la boca y tragarlo rápidamente.
“Los
que tenían más edad eran las víctimas perfectas. Al no poder comer nada, se les
salía la barriga por la desnutrición y sus encías desaparecían haciendo caer
muy pronto sus dientes. Y estos jóvenes que robaban para engañar el hambre
siempre recibían palizas por parte de los funcionarios con palos de madera.
Pero al día siguiente, seguían robando comida. Una y otra vez”. La falta de comida
provocaba que se le cayeran los dientes, de tal manera que sólo les quedaban
los molares. Por eso Lee, al perder todos sus incisivos y caninos, comenzó a
utilizar prótesis dentales cuando llegó a Corea del Sur.
Mapa de Kwalliso Yodok (número 15) hecha por Lee
El
Kwalliso Yodok era un complejo cuadrado y recto. A la izquierda de la puerta principal,
al entrar, estaba la zona de guardia. Los que estaban solos, eran encerrados en
la celda número uno, dos y tres. Como era el caso de Lee. Mientras que los
demás cuartos eran para los que estaban en colectivo.
En
la parte superior de cada celda tenía un pequeño agujero que servía como una
ventana. Los que estaban en las celdas de la uno a la cinco veían por esas
ventanas el llamado salón de propaganda. Ese lugar servía para humillar en
público a los recién llegados o para fusilar a los presos que había ordenado
alguien superior. En la parte contraria a la puerta principal estaba la sala de
interrogación que se utilizaba como un sitio de discusión entre los
funcionarios y los presos. A su lado estaba el almacén de las herramientas
donde los presos cogían los utensilios de uso agrícola para salir posteriormente
al campo. Lee acaba la explicación dibujando la cocina y el almacén de cocina
que están justo al lado del cuarto de guardia.
Cuatro
años y seis meses después, en octubre de 1999, es cuando se le ordena la salida
de aquel campo. Cinco años y medio antes de lo esperado. “Porque he hecho las
cosas bien. ¿Qué significa eso? Si en tu pasado eras fiel al régimen norcoreano
y tu labor en los Kwalliso ha sido satisfactoria, suelen sacarte de ahí antes
de lo que piensas. Por ejemplo, en una tierra que me tocó que era una hectárea aproximadamente,
se podía cultivar dos toneladas de maíz. Pues yo conseguí seis. Además, mis
antepasados lucharon en la Guerra de Corea en el bando comunista y ese
historial se valora mucho. Los que no tienen un pasado heroico o que no tenga relación
alguna con el Partido de los Trabajadores, sintiéndolo mucho, son condenados en
Yodok u otros sitios hasta que se mueran”.
Era
innegable la perpetuidad de torturas físicas en Yodok. Lee vio como cinco funcionarios
sujetaban de cabeza a los pies a un hombre e introducía por la nariz una jarra
metálica lleno de agua fría en pleno mes de diciembre. Vio cómo se le saltaban las
lágrimas y cómo expulsaba heces, poco después su barriga se le hinchaba hasta
que de repente dejó de respirar. Lee, al observar eso, sintió pánico, temblaba.
“Es algo fuera de lo común, es demasiado cruel.”
Al
salir de Yodok, Lee era un hombre totalmente cambiado, etiquetado de por vida
como traidor por el régimen norcoreano, apenas podía andar sin que se le cayera
el pelo, había partes de su cuerpo que ya no funcionaban. Escuchaba sólo el
cincuenta por ciento de su oído izquierdo porque se le reventó el tímpano.
Tenía heridas en las piernas por el apaleamiento físico que recibió ahí.
Heridas en las piernas de Lee por el apaleamiento que recibió durante
su permanencia en el campo de concentración Yodok
Los
habitantes que vivían cerca de Yodok sabían cómo era el perfil físico de una persona
que acababa de salir de un Kwalliso y evitaban estar cerca de los antiguos
presos que tenían ese expediente. Lee tampoco era la excepción. Lee se separó
de su mujer cuando decidió irse a China, dónde, cinco meses después estuvo trabajando
como ganadero teniendo a su cargo a unas 1.500 vacas.
Ocho
meses después de estar en China, el hermano menor de su jefe le propuso escapar
de China para llegar a Corea del Sur en un barco de pesca hasta la isla de
Hong-do, situada cerca de la provincia sur de Jeolla. “En aquel entonces, no
había intermediarios que hay ahora. Era eso o nada”. El viaje en barco desde un
puerto situado al noreste de China tardó unas 36 horas. Pero no llegó al destino
por falta de combustible así que Lee tuvo que ir a nado cuatro kilómetros hasta
que fue descubierto por la Guardia Costera de Corea del Sur.
Se
estableció en Daejeon trabajando como oficial durante tres años. Después se
dirigió a Incheon, montando una pequeña empresa de nutrición con 36 empleados hasta
que fue estafado por un supuesto experto en acciones y perdió todos sus ahorros.
“A partir de ese momento, decidí centrarme en los derechos humanos en Corea del
Sur. Al ser de los pocos hombres que estuvieron en un Kwalliso, tuve la
oportunidad de dar discursos en Holanda, Polonia, Reino Unido, Estados Unidos y
Japón criticando duramente al régimen”. Por esto, recibió bastantes amenazas anónimas.
Fue
en 2004 cuando fue secuestrado por unos encapuchados en plena calle. Temió por
su vida, pero, pronto consiguió escaparse y denunciar los hechos. Aunque tardó
nueve años en encontrar a los responsables, miembros de la policía surcoreana alegaron
que no tenían pruebas de aquel incidente. Además, los hechos prescribieron
porque ya habían pasado siete años desde el secuestro.
Todo
esto hizo que se retirara durante siete años dejando todas sus pertenencias en
Seúl para ir al este de Corea de Sur, en la pequeña ciudad de Cholwon, situado
en la provincia de Gangwon trabajando como ganadero por segunda vez. Quería ser
un hombre olvidado. Que nadie se acordara de su nombre y de su pasado. Pero de
vez pensaba en si algún día podría volver a Musan.
“Pero
como te dije, siete años después, volví a Seúl. Parece que, con mi pasado,
luchar por los derechos humanos es la mejor manera de mostrar al mundo que el régimen
norcoreano debe caer. Tengo temores por supuesto que sí. Pero tengo que levantarme
por mí mismo porque en este mundo nadie te va a ayudar…”
Sus
dos hijos no viven con él, están lejos, porque piensa que así estarán más protegidos.
La prueba de su temor diario está en la puerta principal de su apartamento,
dónde hay cinco cerraduras. Todas las noches, antes de irse a la cama, comprueba
si están cerradas todas. Dice que algunas veces oye golpes en su puerta. Pero
no hace mucho caso. “Puede que sea fruto de mi temor. No le doy mucha importancia,
aunque pienso frecuentemente que estoy siendo vigilado por personas que no
conozco…”.
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