14 nov 2013

Acostumbrados a la muerte


 Cuando perdieron a sus familiares, e incluso a toda su vecindad por las enfermedades o el hambre, no tuvieron otro remedio que buscarse la vida por los mercados pidiendo por un bol de fideo o arroz hervido. El régimen, para frenar el aumento de los niños de la flor, en vez de socorrer a la inmensa mayoría de la población necesitada de urgencia, ha preferido construir varios campos de concentración para menores. No hay datos oficiales ya que Corea del Norte nunca lo ha facilitado pero con la hambruna de los mediados de los años noventa, miles o decenas de miles de niños han tenido que estar encerrados y obligados a trabajos pesados que incluso los adultos serían incapaces de aguantar durante largas horas. 

 Muy pocos consiguen sobrevivir de aquel infierno. La distribución de la comida es insuficiente. Por ejemplo, le entregan sólo una vez al día una sopa de verduras mezclados con arena o maíz para repartir entre diez personas. Se debilitan rápidamente y cogen enfermedades que pueden evitarse fácilmente. La idea malévola del régimen es facilitar la muerte de aquellos niños inocentes. Cuando la culpa directa lo tienen ellos por no gestionar adecuadamente las exigencias del pueblo. Pero los niños parecen que captan la situación  y empiezan a contar cuando sería el día de su propia desaparición. 

 Es doloroso no poder hacer nada por ellos. Los días pasan y ellos siguen sin saber que tienen dignidad. Recogen piedras que superan el tamaño de sus cabezas y recorren largos caminos tumultuosos. No le quedan más fuerzas. El descanso que le dan no es suficiente. Miran el cielo y desean que el sufrimiento pare. Es doloroso ver que a su escasa edad salgan de sus gargantas que pensar en la muerte es lo más habitual cuando en aquel periodo deberían pensar y disfrutar la importancia de la familia, la amistad o la felicidad.  

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